martes, 3 de noviembre de 2009

Da lata - Cores

E vem do verde aquele dom
Que a vida traz sem te cobrar
E com azul tem branco mar

Laranja doce vem do céu
Com cor de rosa e lilás
Pássaro preto voa triste
Se esse canto se acabar

Do sorriso vem a verdade
Que pode te curar
Respeito à todas as cores
Que a vida te brindar
Ter sempre clara a vida
Prá nunca machucar
Só ter na face aquela
Doçura de criar

E vem do verde aquele dom
Que a vida traz prá te curar
E com azul tem branco vivo
Tem coral naquele mar

E do vermelho tem brinquedo
Que abra porsas prá sonhar
Com amarelo na janela
Vivo olhar prá te cegar

Do sorriso vemá(coro)

Baba s'a la ti lejin wa




Hoy unos compañeros de clase han empezado a cantar canciones en portugués y brasileño.
Automaticamente me ha venido esta canción a la cabeza.

Rondaria el 2002. Salia del cole por la tarde y volvia a casa con la mochila cargada de libros y de sueños. Ibamos todos juntos, chillando y riendo. Contra más nos alejabamos del colegio menos ibamos quedando en el grupo. Cada uno cogia su camino vuelta a casa, y finalmente me quedaba yo solo. Cruzaba la plaza del pirulo, plagada de niños jugando. Mi edificio emergia de entre los árboles iluminado por los últimos rayos de sol, como un palacio majestuoso. Yo ya me revolvia en la dulce sensación de llegar a casa. Cruzaba el callejón el qual no me traia demasiados buenos recuerdos, por aquel entonces no era muy dificil encontrar una jeringuilla o un par de ellas en el suelo de aquel callejón, además de la colección de bolsas llenas de heces que adornaban un árbol aparentemente triste y seco que algún demente del bloque de en frente debía de arrojar dios sabe con que propósito. Siempre que pasaba por debajo de aquel árbol temia que me callera una de estas bolsas en la cabeza, así que lo pasaba apretando el paso. Llegaba al portal, abria la puerta y llegaba a casa. Mi único momento de soledad en todo el dia. Mi representación de libertad. El sol de atardecer se filtraba por el balcón y teñía la casa de colores ocres, cálidos y acojedores. Me encantaba aquella luz. Dejaba la mochila, sacaba un vól de leche y me lo llenaba hasta arriba. Lo metía apenas un minuto en el microondas y procedia a poner los cereales. Lo llevaba al comedor. El siguiente paso era el último paso para la cúspide de mi placer hogareño. Me iba a la minicadena, insertaba un disco de canciones del mundo de Putumayo y ponia la siguiente canción:





Perfecto.

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